Petróleo y vida y muerte de la civilización

guerra del petroleo

Desde hace unos días, Andrés Manuel López Obrador sumó a México, al grupo de países que prohibieron la técnica del fracking o dicho en criollo de la fracturación hidráulica, porque junto a otra docena de naciones (Francia, Bulgaria, Alemania, Reino Unido, República Sudafricana, República Checa, España, Suiza, Austria, Irlanda del Norte, Italia e Irlanda) la consideran riesgosa para la salud humana y el medio ambiente. Esta técnica, para algunos especialistas habría dado inicio a otra etapa de la explotación petrolera en la que la producción del shale gas o gas de esquisto, de lutita o de pizarra, y el shale oil, no tendrían por el momento un horizonte de agotamiento. No obstante estas especulaciones lo cierto es que según la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) las reservas estimadas del oro negro no irían más allá del próximo medio siglo, período que puede acortarse o alargarse según evolucione el consumo-que va en aumento- los pocos probables descubrimientos de nuevos yacimientos importantes y la resistencia cada vez mayor de las comunidades, organizaciones ambientales y pueblos originarios al descomunal uso de los escasos recursos acuíferos, la contaminación y el uso del suelo por la aplicación de la técnica del fracking y otras actividades extractivas. Luchas que, como en el caso más paradigmático de Colombia, ha sido – y sigue siendo- a costa de la vida de cientos de dirigentes sociales.
De más está decir que ha sido EEUU el primero en desarrollar

esta técnica-que ha ido perfeccionando y reduciendo sus costos- y quien actualmente puede vender sus servicios a terceros países como en el caso de Argentina con la participación de Chevron en Vaca Muerta (donde ya se verificó en octubre del año pasado un derrame de crudo que afectó 80 hectáreas). Y también huelga decir que EEUU es el primer consumidor mundial por lejos ya que su economía necesita más de un quinto del consumo mundial para sostener el hiperconsumo de su sociedad y la poderosa maquinaria de guerra que le permite erigirse en gendarme del mundo, invadir países violando toda convención internacional y sostener varias decenas de guerras convencionales en toda la geografía del planeta e innumerables e inciertas no convencionales, como las económicas y ciberneticas, apoyar golpes de estado o derrocar gobiernos hostiles.
Si bien la existencia del petróleo reconoce antecedentes bíblicos, desde que el norteamericano Edwin Drake perforó el primer pozo en Pennsylvania en 1859, John Rockefeller fundara la Standard Oil en 1870 y Henry Ford pusiera en el mercado su modelo T, el petróleo se convirtió, al decir del francés Jacques Bergier (La guerra del petróleo), en la «sangre de la civilización» impulsando una producción de bienes nunca antes vista y catapultando a los EEUU a ser el dueño del mundo, de vidas y territorios. En su nombre, camuflado de democracia y libertad, se invadieron países con las excusas mas cínicas, se voltearon gobiernos y sostuvieron dictaduras, se armaron terroristas y después los combatieron y se asesinaron millones de seres humanos, se destruyeron bienes culturales y económicos. Y aun hoy y con armas y recursos más sofisticados se siguen exteriorizando esas pretensiones imperiales como en el caso flagrante de Venezuela, que tiene las mayores reservas mundiales del codiciado combustible. El desvergonzado ataque al gobierno de Nicolás Maduro implementado a través de idiotas útiles como Juan Guaidó y su cohorte de guarimberos y golpistas, con saqueos a sus recursos financieros y bloqueos criminales – como lo siguen haciendo con Cuba- pretende – y lo han reconocido desembozadanente los funcionarios más trogloditas del gobierno de Trump- volver a tener a su disposición ese petróleo, cerquita de sus costas, con menores gastos de transporte, como en tiempos de Rafael Caldera, cuando sus empresas y las de sus amigos ingleses y franceses explotaban a sus anchas la Faja del Orinoco. Claro, después la revolución bolivariana se quedó con la mayoría del paquete accionario de ExxonMobil, Royal Dutch Shell, ConocoPhillips, Chevron y Total. De allí tanto odio, tanto interés en brindar «ayuda humanitaria» y devolver la «democracia y la libertad» a Venezuela. Así hicieron con Irak, Libia, Iran, Afghanistán y tantos otros.
Ese oro negro al igual que otros recursos, son vitales para sostener una economía de superabundancia, consumo desmesurado y derroche – casi el 60 % de los alimentos que se desperdician corresponden a los países desarrollados- y como son insuficientes en el territorio yanqui, les resulta imperioso obtenerlos de otros países. Para eso no trepidan en recurrir a los métodos más infames, en prometer guerras nucleares, en contaminar, en agotar los recursos de los países llamados eufemísticamente «emergentes» o en «vías de desarrollo».
Recién salido del horno dos informes de la ONU nos anuncia el colapso del planeta a corto plazo-que en realidad es el colapso de la humanidad porque el planeta se va a recuperar después de la desaparición del género humano. Dice la investigación «El cambio climático es producto del aumento de la temperatura por la acción humana e implica cambios drásticos en el ambiente (inundaciones, sequías, derretimiento de glaciares). La causa principal es la emisión de gases de efecto invernadero, principalmente el dióxido de carbono (CO2). La quema de combustibles fósiles (gas, petróleo, carbón) está entre los principales causantes» Lo que no dice es que las grandes potencias son las principales culpables ya que el 76 por ciento de las emisiones provienen de los países del G20, encabezados por China, Estados Unidos, la Unión Europea, India, Rusia, Japón y Alemania.
El informe recuerda que el cambio climático tiene efectos directos y profundos en la economía y la sociedad, “pone en peligro los medios de subsistencia, agudiza la pobreza, la migración y afecta particularmente a las poblaciones en situación de vulnerabilidad” y sentencia que “Los patrones actuales de consumo, producción y desigualdad no son sostenibles”.
También consigna la ONU que “El rápido aumento de la extracción de materiales es el principal culpable del cambio climático y la pérdida de biodiversidad, un problema que solo empeorará a menos que el mundo emprenda urgentemente una reforma sistémica del uso de recursos”.
Esta cruda realidad nos tiene que hacer replantear conceptos. Frecuentemente se ha utilizado para definir nuestros países como «subdesarrollados», como si estuviéramos en una etapa intermedia hacia un supuesto y deseado desarrollo como el de los EEUU, Europa o Japón. Pero eso no es posible. Si todos los habitantes del mundo tuviéramos el nivel de vida de los norteamericanos necesitaríamos -informe de la ONG WWF-los recursos de casi cuatro planetas, y para vivir como los europeos, un promedio de tres planetas. Si no nos proponemos otro paradigma, que ponga en cuestión el mito del crecimiento económico ininterrumpido y que debe necesariamente sostenerse al menos sobre estos pilares: energías limpias y renovables, agricultura sin agrotóxicos, industria limpia y orientada a sostener un consumo adecuado a las necesidades para una vida confortable pero sin excesos, terminar con la concentración de la riqueza asegurando su distribución equitativa y conformar una sociedad integrada cultural, sexual y racialmente, la humanidad colapsará en poco tiempo -en tiempos del planeta, se entiende ¡no hay que correr todavía a los refugios subterráneos!- y tal vez en menos si la locura y la codicia llevan a algunos a apretar el botón apocalíptico. Tal vez el mejor ejemplo de ese camino hacia un nuevo tipo de desarrollo sea el iniciado por Bolivia. ¡Todos los honoris causa para Evo!
Habrá que ponerse en marcha rápidamente porque como dice Joyce Msuya, directora ejecutiva de ONU Medio Ambiente «no habrá mañana para muchas personas a menos que nos detengamos” y más precisamente como lo dice la canadiense Naomi Klein, en su libro Esto lo cambia todo: “El problema no es el cambio climático, sino el capitalismo”.

Alberto Hernández

En versión reducida, para La Idea de Cruz del Eje (Córdoba-Argentina) -julio 2019

Acerca de Alberto Hernández

Militante popular. Ex dirigente político y sindical, ex concejal de la ciudad de Córdoba, Argentina. Periodista y escritor grado 4 en la escala Mercalli. Sueño con un mundo sin guerras, sin explotados ni explotadores donde el hombre no sea lobo del hombre.
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